Esta semana el President Illa ha anunciado el acuerdo para la ampliación del aeropuerto de El Prat. Una medida encallada desde hace años por una oposición que destaca su negativo efecto medioambiental (sobre el delta del Llobregat y las emisiones de CO2) o el impulso de un turismo que habría superado sus límites. Razones legítimas, pero no sustantivas, sobre las que habrá que volver ya que el debate sobre la ampliación no ha hecho más que empezar.
Se trata pues de un compromiso largamente esperado del que, entre los aspectos positivos, quisiera destacar tres. El primero, su ubicación temporal. Aunque la ampliación debería haberse producido hace años, su coincidencia con unos momentos en los que se está redefiniendo el orden económico es particularmente acertada. Porque hemos entrado en un radical cambio de rasante que muestra una característica esencial: brutal incremento de la competencia internacional, y lucha severa por ampliar mercados y evitar que otros países reduzcan nuestra capacidad productiva.

Un avión se dispone a aterrizar en el aeropuerto de El Prat
La mayor capacidad para atraer talento tecnológico es también un activo
El segundo, la mayor facilidad de intercambio de mercancías y personas deviene absolutamente crítica en este nuevo orden mundial. Quizás no sea casual que este anuncio haya tenido lugar tras el retorno del viaje del President a Japón y Corea a la búsqueda y/o consolidación de mercados imprescindibles para el presente y el futuro del país. Al mismo tiempo, la Comisión Europea está negociando nuevos acuerdos comerciales con China o la India, al tiempo que se espera la ratificación del firmado ya con Mercosur: para todos ellos, la ampliación aeroportuaria de Catalunya parece imprescindible para incrementar unas relaciones económicas y financieras del todo necesarias para afrontar esta nueva etapa.
El tercero, la mejora de nuestra capacidad tecnológica y, con ella, de la competitividad del país también debería verse positivamente afectada por el incremento de relaciones con el mundo más alejado de Europa. Se trata de un aspecto más que necesario, como muestra que nuestra posición en el ránking de competitividad no nos es especialmente favorable: el EU Regional Competitiveness Index 2.0 de 2022 nos sitúa en la media de la UE (=100), lejos del 118 de Madrid, el 130 de Oberbayern o el 142 d’Ille de .
Finalmente, no puede olvidarse que esta mayor capacidad de interacción global tendrá lugar sobre una demografía catalana particularmente adversa: las jóvenes generaciones, aquellas que deberían impulsar el cambio técnico, tienen un grosor mucho menor que el de hace unas décadas. En este contexto, la capacidad de atracción de potenciales ocupados con niveles educativos vinculados a la innovación tecnológica debe considerarse un activo, uno más, de la ampliación de El Prat hacia rutas más alejadas.
¿Queremos mejorar el tejido productivo del país? Por descontado. Pero para ello hay que abrirse. A todo el mundo.